sábado, 26 de mayo de 2012

La felicidad y otras quimeras

Siempre me interesó conocer lo que sabios y filósofos han escrito sobre la felicidad. Devoré, y aún lo hago, todo lo que llega a mis manos, o a la pantalla computerizada que tengo ahora frente a mis ojos, que me parezca interesante sobre este enigma que nos quita el sueño. Claro que, como en todos los grandes temas, cuanto más estudiamos un saber inabarcable, más nos percatamos de lo mucho que nos falta por conocer. Aun así, y ahora que la fe religiosa no parece que atraviese sus mejores momentos en occidente, con la intranquilidad que ello produce en tantas almas que, por ello, se hacen agnósticas, lo que, infelizmente, nos impide refugiarnos en aquélla, es momento de resumir algunas reflexiones útiles, ahorrando así a otros el tortuoso camino que nosotros ya hemos andado. Tal vez lo primero que debamos saber es que la felicidad no es una meta a la que se llegue tras superar cualesquiera obstáculos. Si así fuera, solo la encontraríamos en el último de nuestros días, en el peldaño más alto de la escalera de la vida, al terminar el camino de nuestra existencia. No, eso no puede ser. La felicidad debe estar mucho más cerca o no serviría para nada. Y aquí está la clave: tenemos la tendencia de posponer la felicidad para más adelante. Es frecuente oír: qué feliz seré cuando termine mis estudios, o cuando encuentre el trabajo que deseo; cuando me case, o cuando me divorcie, o cuando nazca mi hijo, o cuando éste se haga mayor, o logremos llegar donde éste o aquél personaje importante, o cuando alcance aquel puesto tan ansiado... Pues no, el planteamiento es plenamente erróneo. Ahí no está la felicidad. Todo eso, como vemos, es demorarla, dejarla para después, para ese día que esperemos que llegue, pero que tal vez nunca aparezca. Son pensamientos erróneos. Hace unos años, tuve la fortuna de leer, y memorizar en el acto, unos versos de Gabriel García Márquez de su magistral poema La marioneta, que me produjeron gran impacto porque en unos sintagmas fijó con brillantez pensamientos a los que ya me iba acercando. Escribe el Premio Nobel: "He aprendido que todo el mundo quiere vivir en la cima de la montaña, sin saber que la verdadera felicidad está en la forma de subir la escarpada". Ahí es donde tenemos la felicidad al alcance de nuestras manos, en la manera de vivir, en esa que depende de nosotros, no en aquella de está al albur de la loca e injusta suerte en los tres grandes anhelos terrenales cotidianos: la salud, el dinero y el amor. Pensemos que esto lo escribe un hombre sabio pero enfermo, al final de su vida y nos lo regala a cambio de nada, como se hacen los auténticos obsequios. Yo me venía conformando con aquello de que la felicidad está en "la antelasala de la felicidad", e incluso con el más modesto pensamiento de que "la felicidad es la ausencia de miedo", ambos recordados por Eduardo Punset en sus textos de divulgación científica tras glosar a los sabios contemporáneos de la neurociencia. Y, sin dejar de tener presentes estas dos últimas ideas, ahora pienso  como el Nobel colombiano, en que depende de nosotros mismos la forma, la manera de afrontar cada día y que, según lo hagamos, pensando en ello cada momento, optaremos, casi de manera automática (enfermedades y grandes desgracias aparte), por la felicidad o por la angustia. La felicidad está disponible en cada momento, en cada hora, en cada día, pero hemos de esforzarnos para automatizar su mecanismo y produzca algunos efectos. Un ejemplo: la sonrisa a los demás, aunque a veces requiera algo de esfuerzo, quizá sea una de las mejores aliadas, pues aquellos nos contagiarán la suya. La felicidad está en el hoy, en el ahora. No hay otra. Debemos dar un paso adelante, tomar decisiones. No podemos dejarlo para otro  día, pues tal vez nunca llegue. Seamos valientes. Seamos felices.